Llevada al cine por Francisco Lombardi, la novela ‘Pantaleón y las visitadoras’, de Mario Vargas Llosa, cuenta la creación de un cuerpo de prostitutas para servir a los soldados destacados en las selvas peruanas. Con un trasfondo humorístico y con mucho festín por parte de las mujeres y los rasos, la obra deja la idea de que solo a un escritor con gran talento y vis cómica se le puede ocurrir algo así.
Sin embargo, estudiar la historia bélica demuestra que Vargas Llosa apenas reflejó algo que quizá tenga raíces verdaderas en su país de origen, pero que desde la Segunda Guerra Mundial es una práctica usual. Todo parece indicar que fueron los japoneses quienes pusieron en práctica por primera vez, la idea de levantar la moral de sus soldados en el campo de batalla a través del sexo. Eso trajo consigo la esclavización sexual de entre 150 mil y 200 mil mujeres, oriundas de múltiples países asiáticos, cuya manera de servir a la causa en aquella contienda, era dándole placer a los hombres que peleaban bajo la bandera del sol naciente.
A partir de entonces, en la retaguardia de casi todos los ejércitos que van a la guerra, es posible encontrar a las comfort women, como se les llama eufemísticamente, con la pretendida intención de ennoblecer la situación de las miles y miles de féminas que son traficadas, vendidas, reclutadas, obligadas a satisfacer los instintos sexuales de los soldados. Lo bochornoso es que existen evidencias de que incluso el ejército norteamericano está involucrado en este escandaloso asunto, pues aunque oficialmente no maneja burdeles ni casas de citas, sí recibe el servicio de contratistas civiles cuyo negocio es la trata y la prostitución enmascaradas detrás de falsas fachadas.
EL PEQUEÑO PAÍS DE LA COSTA OCCIDENTAL AFRICANA, FUE MI DESTINO ESTE VERANO, Y ME ENCONTRÉ CON UNA NACIÓN VIBRANTE Y LLENA DE CONTRASTES. Visitar África no era mi prioridad, otros destinos suelen serme más tentadores y estar más relacionados con mis intereses de conocimiento. Pero sin proponérmelo, el 2025 ha devenido el año de la familia. Primero visité a los míos en Cuba, en abril. Un viaje amargo por las infaustas condiciones que se viven allá. Ni la alegría de compartir con mi anciana madre y demás miembros del clan que permanecen en la Isla, logró espantar la depresión feroz que me atacó y me hizo sentir interminables las dos semanas entre ellos. La oscuridad cubana es más espiritual que física. Ese es el gran éxito de la dictadura: hundir al país en una noche profunda e indescriptiblemente agobiante. Y parte de ello es la consciente división de las familias: nos echaron fuera. Los cubanos andamos dispersos por todos lados. Y a Gambia, el primer país africano que visito, me l...
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