OROS VIEJOS

Releer 40 años después uno de los libros de cabecera de mi infancia, me ha despertado el fervor por la lectura
Ya no leo con la voracidad de antes: he perdido el hábito de lectura. Podría enarbolar una lista de justificaciones en las cuales a veces me escudo para no sentirme demasiado culpable. No vale hacerlo. Amigos en similares circunstancias no han dejado de devorar libro tras libro. Han peleado una batalla que yo he perdido. Me alegro por ellos, me entristezco por mí. La falta de lectura la he notado en mi lenguaje estancado, palabras y significados olvidados o difíciles de recordar. El amor por los libros lo heredé de mi padre, apodado Manolo Tasé, gran lector y escritor nunca publicado. Crecí viéndolo con un libro en las manos, sentado en un taburete recostado a la pared al estilo de los campesinos cubanos. O a la mesa del comedor llenando cuartillas y más cuartillas con su letra puntiaguda. Fue un sagaz intelectual que primero trabajó en las minas de manganeso de Charco Redondo, Cuba, y luego en una empresa de la construcción, para alimentar una prole de seis, de la cual soy el quinto. Debe haber sido él quien llevó a la casa la primera edición de Oros viejos, de Herminio Almendros (España, 1898-Cuba, 1974), que se convirtió en uno de mis libros de cabecera. Crecí leyéndolo e inspirándome en él. No sé cuántas veces lo repasé, cada vez más enamorado de leyendas que me hacían soñar y volar a universos tangibles solamente en la imaginación. Alrededor de los 10 años, cuando trataba de desarrollar mi muerta afición por las artes plásticas, ensayé ilustraciones a partir de las historias que contiene.
A propósito de mi reciente viaje a la casa familiar, me reencontré con este hermoso libro. Ya no aquella amada edición de 1974, con tapas duras y amarillas, que no sé qué se hizo. Una más reciente, publicada por Editorial Gente Nueva, Cuba, perteneciente a un sobrino. Me lo traje con la idea de compartirlo con mis estudiantes de español. Pero al releerlo ha brotado nuevamente el amor por tan entrañables páginas, he regresado de un estado cataléptico de más de una década leyendo solamente lo necesario. Como lector he tenido la experiencia –no soy un caso particular- de vencer etapas que incluyen géneros, autores, temas, estilos, etc. Hay libros que sé no voy a volver a leer en mi vida, aunque tuviese la oportunidad de hacerlo. Hay autores que solo son recuerdos de una edad superada. Las lecturas por disciplina o por estar al nivel de los amigos y la farándula, hace un siglo les disparé en la frente. Soy completamente libre en esa área, no me importa la competencia, ni la opinión de los eruditos o de los que cabalgan las listas de nuevos títulos. Sin embargo, el orgullo herido me ha llevado a reflexionar si esta renacida pasión por un libro concebido para niños se debe a una involución intelectual. Puede ser. Igual he comparado el caso con los frustrados amores de juventud que florecen en la vejez. No está mal. He recordado El pequeño príncipe, de Saint-Exupéry, que comunica de manera especial con los mayores, a pesar de su lenguaje y mensaje para infantes…
Busco una justificación/explicación, mientras en mi mente resuena la poesía latente en esas narraciones de leyendas universales escogidas por Almendros. ¿Será el niño que permanece en el alma de cada adulto el que lee a través de mis ojos? ¿Será la nostalgia por una etapa pretérita? ¿Será la necesidad de desperezar mis neuronas? ¿Será el ansia de trepar hasta la copa del bosque, como las lianas? No tengo una respuesta precisa. Quizá no la necesite. Otrora no caía en tales disquisiciones, simplemente me lanzaba al pozo y bebía, bebía, bebía… Un audio-libro, las redes sociales, las noticias en periódicos en línea, nunca sustituirán la experiencia de un libro en las manos. Hablo por mí, no por los que no han disfrutado -y tal vez jamás disfruten- del placer de soñar, volar, viajar a través de páginas impresas escritas por otros. Pertenezco a una generación a caballo entre la era analógica y la digital. Amamos las raíces que nos alimentan, mas no podemos sustraernos de los derroteros tecnológicos de hoy día, y de los “males” que les acompañan. Nos sumergimos por necesidad y/o curiosidad en la marea: unos rápidamente dominan la ola, otros –como yo- se dejan arrastrar.
Oros viejos es un punto de inflexión para mí. Me ilusiona volver a la mayor afición de mi vida, envolverme en la vieja pasión: “Entonces toma en sus brazos Popocatépelt a la amada, salta con ella los escalones de montañas, y va a depositarla allá en las cumbres, tendida y blanca de luz de luna. Y junto a ella se arrodilla el guerrero, alumbrando con su antorcha el sueño blanco de la más bella princesa india” (De “El amor de los volcanes”). ¡Sí, hermoso! Nunca es tarde para volver a los viejos amores, para dar riendas a los sueños, para sumergirse en el pozo, para dominar la ola.

Comentarios

  1. Ana y yo acabamos de leer, es sencillamente genial, me acaba de recordar que el primer libro que leí de niño fue Flor de leyenda, una recopilación de Herminio sobre los cuentos de Miguel Casona(VILCHE).

    ResponderEliminar
  2. Mi primer libro también fue Oros viejos, lo adoro

    ResponderEliminar
  3. Gracias por la lectura y el comentario. Ese también estaba entre los libros de la infancia.

    ResponderEliminar
  4. Charly, recuerdo cómo en la Universidad compartíamos libros o comentábamos algunas lecturas. Ese Santiago de nuestra época nos ponía tantos libros en la mano, las librerías y las bibliotecas bien surtidas... Tengo un recuerdo muy especial contigo, al terminar un texto (no recuerdo cuál) te pregunté con mucha inocencia sobre si tú experiemntabas las mismas sensaciones que yo tenía en ese momento, sobre sentirte parte de la historia o imaginar que continúa. Tu respuesta me hizo confirmar la maravilla de leer más y más. Me gustó mucho Oros Viejos. Tus memorias sobre volver al "hábito" dan ganas de devorar libros como antes. Un beso y mi cariño siempre.

    ResponderEliminar
  5. Gracias!! Sí, estoy en esa fase de renacimiento amoroso con la lectura. La etapa de la universidad fue una de las más fructíferas para mí en cuanto a los libros. Debemos seguir compartiendo lecturas o, por lo menos, opiniones sobre lo que vamos leyendo.

    ResponderEliminar
  6. Ese también fue mi libro favorito cuando era niña. Incluso recuerdo mi historia favorita ... La mujer y la leona. Memoricé la historia y pude recitarla de niña. Ahora, a los 43, solo recuerdo las primeras frases. Pero tengo la segunda copia publicada. El libro lo encargué a un familiar en Cuba, para leerle a mis hijos ... Que recuerdos tsn bellos!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares