Como una avalancha, que luego de arrancar desde la cumbre de la montaña no hay quien la detenga y cada vez se hace mayor, es el tráfico de mujeres y niñas con destino al comercio sexual. Las estadísticas hablan por sí solas y las fronteras son testigo del continuo fluir de esta mercancía codiciada por muchos. Ya sea por la complicidad de las autoridades o por la destreza de los traficantes para enmascarar su ilegalidad, cada vez son más las féminas que como parte del paisaje urbano ofrecen sus servicios.
Las organizaciones feministas no se ponen de acuerdo. Unas proponen legalizar la prostitución, algo que sería como echarles un brazo sobre el hombro a los tratantes y proxenetas. Otras arremeten con odio en contra de los hombres, pretendiendo excluirlos de sus vidas, como si tal fuera una respuesta adecuada. Algunas consideran la urgencia de un cambio en el discurso socio-cultural, en pos de la modelación de una mentalidad renovada en las nuevas generaciones. Se habla del “efecto bumerán” por el feminismo a ultranza.
Pero más allá de los foros, las discusiones y debates, existe una realidad tajante y cruel, que exige de acciones urgentes y mancomunadas. No son las mujeres las abusadas ni los hombres los abusadores, es el género humano el agredido por nosotros mismos. No basta con no consumir sexo comercial ni pornografía. No es suficiente con erigirnos ciudadanos modelos, padres e hijos ejemplares. Se hace necesario actuar. El verdadero “efecto bumerán” que nos retrotrae y hace cómplices de las nuevas formas de esclavitud, es nuestra indiferencia ante lo que destruye a la humanidad.
EL PEQUEÑO PAÍS DE LA COSTA OCCIDENTAL AFRICANA, FUE MI DESTINO ESTE VERANO, Y ME ENCONTRÉ CON UNA NACIÓN VIBRANTE Y LLENA DE CONTRASTES. Visitar África no era mi prioridad, otros destinos suelen serme más tentadores y estar más relacionados con mis intereses de conocimiento. Pero sin proponérmelo, el 2025 ha devenido el año de la familia. Primero visité a los míos en Cuba, en abril. Un viaje amargo por las infaustas condiciones que se viven allá. Ni la alegría de compartir con mi anciana madre y demás miembros del clan que permanecen en la Isla, logró espantar la depresión feroz que me atacó y me hizo sentir interminables las dos semanas entre ellos. La oscuridad cubana es más espiritual que física. Ese es el gran éxito de la dictadura: hundir al país en una noche profunda e indescriptiblemente agobiante. Y parte de ello es la consciente división de las familias: nos echaron fuera. Los cubanos andamos dispersos por todos lados. Y a Gambia, el primer país africano que visito, me l...
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