Estados Unidos fue el primer país en el mundo, que decidió legislar acerca de la publicación en Internet y otros medios de comunicación, los datos y fotografías de aquellas personas que han cumplido sentencia por depredación sexual. La denominada Ley Megan, aprobada por el presidente Bill Clinton, y que lleva el nombre de una niña de siete años, violada y asesinada en 1994, en Hamilton Township, Nueva Jersey, ha sido imitada o seguida por otras naciones occidentales, que han creído más importante proteger a los infantes que a los delincuentes.
Aunque sujeta a fuertes debates políticos y mediáticos en los diferentes países que han optado por esta medida extrema, al final en la mayoría ha primado el acuerdo de poner coto a una tendencia que lamentablemente muestra cifras crecientes en todas partes. Basta con mirar el mapa de los abusadores de niños en cualquier ciudad o vecindad norteamericana, accesible en la página web de Family Watch Dog (www.familywatchdog.us), para despertar a una realidad alarmante.
Calificados como enfermos mentales por unos, como inadaptados sociales por otros, documentados por la literatura científica y las leyes, y sometidos a tratamientos psiquiátricos, por lo general los depredadores sexuales reciben el rechazo de la sociedad, cuyas leyes morales se levantan contra las manifestaciones de abuso infantil. Sin embargo, habría que preguntarse cuál es la diferencia entre estos individuos y aquellos que se hacen cómplice de la explotación sexual comercial de menores, al disfrutar del turismo sexual en países caribeños, asiáticos e, incluso, occidentales.
EL PEQUEÑO PAÍS DE LA COSTA OCCIDENTAL AFRICANA, FUE MI DESTINO ESTE VERANO, Y ME ENCONTRÉ CON UNA NACIÓN VIBRANTE Y LLENA DE CONTRASTES. Visitar África no era mi prioridad, otros destinos suelen serme más tentadores y estar más relacionados con mis intereses de conocimiento. Pero sin proponérmelo, el 2025 ha devenido el año de la familia. Primero visité a los míos en Cuba, en abril. Un viaje amargo por las infaustas condiciones que se viven allá. Ni la alegría de compartir con mi anciana madre y demás miembros del clan que permanecen en la Isla, logró espantar la depresión feroz que me atacó y me hizo sentir interminables las dos semanas entre ellos. La oscuridad cubana es más espiritual que física. Ese es el gran éxito de la dictadura: hundir al país en una noche profunda e indescriptiblemente agobiante. Y parte de ello es la consciente división de las familias: nos echaron fuera. Los cubanos andamos dispersos por todos lados. Y a Gambia, el primer país africano que visito, me l...
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