Ginebra: Post Tenebras Lux

DESPUÉS DEL EXPLOSIVO AMBIENTE BARCELONÉS, LLEGAR A GINEBRA ME PARECIÓ HABER ATERRIZADO EN EL LUGAR EQUIVOCADO. PERO DOS O TRES HORAS DESPUÉS MI ALMA SE ABRIÓ A UNA URBE CON MUCHOS ENCANTOS.
Después del explosivo ambiente barcelonés, llegar a Ginebra me pareció haber aterrizado en el lugar equivocado. Un mal presentimiento me asaltó: pasar una semana en esa ciudad sería una tortura. Alguien en el grupo sugirió tomar un vuelo hacia Estambul y me regocijé con la simple idea de poder hacerlo. Dos o tres horas después mi alma comenzó a abrirse a una urbe con muchos encantos, tantos que actualmente barajo la idea de vivir un tiempo allí.
Si tuviera que escoger un elemento simbólico para definir o representar a Ginebra, sería el agua. Además del fascinante lago alrededor del cual gira la vida citadina, son las numerosas fuentes y los bebederos públicos distribuidos por doquier, que forman parte del decorado y las facilidades urbanas. En ellos el transeúnte puede hidratarse con un agua pura, cristalina, fresca, algo sumamente importante en la sofocante etapa veraniega. Según Internet, en Ginebra es mejor beber de los grifos que de las botellas pues el agua corriente tiene mayor calidad y equilibrio ecológico. Un 80 por ciento de esta proviene de manantiales subterráneos debidamente protegidos, y un 20 por ciento de los lagos, los cuales tienen fama de ser muy limpios.
El primer paseo fue, precisamente, por las márgenes del Lago de Ginebra o Lago Lemán, el cual funge como frontera natural entre Suiza y Francia. Agradezco a nuestros anfitriones la sabia decisión de llevarnos, pues a partir de ese momento los inconvenientes que se avecinaban me parecieron menores. En las transparentes aguas vi de cerca, por primera vez en mi vida, una familia de cisnes blancos. Ellos nadaban pacíficamente, sin espantarse ante la cercanía de los humanos, lo cual me transmitió paz. El Jet d’Eau o Chorro de Agua, un potente surtidor que eleva una columna del líquido a 140 metros de altura, se puede ver a grandes distancias. Este es uno de los símbolos ginebrinos, y cuando uno pasa días en la ciudad se acostumbra a buscarlo en el horizonte a medida que se acerca al lago, a donde ha de volver una y otra vez, porque ese es el corazón de la urbe.
Alrededor del Lemán transcurre la vida armoniosamente. Las embarcaciones de diferentes calados lo surcan de un lado a otro. Un extenso malecón lo bordea y es posible sentarse en el muro o en los restaurantes y cafés de la orilla. También están el puerto, agencias de turismo, playitas, y un área para las parrillas, donde en las tardes del verano se pueden escuchar muchos idiomas, sinónimo de pluriculturalidad. Hay senderos para caminar y vías para bicicletas. Una rueda de la fortuna da vueltas ofreciendo vistas espectaculares del lago, las montañas y la ciudad. Escapar del estrés en Ginebra, no es difícil, según mi percepción. Sentarse a la orilla del Lemán y perder la vista en el hermoso horizonte de agua y montañas, siempre será una opción para despejar cualquier preocupación y para meditar en las bellezas que el Creador ha puesto a nuestro alcance.
En Ginebra hay una arraigada cultura de la higiene, la belleza y el orden, a la cual se acogen los numerosos extranjeros que la habitan. Es difícil encontrar lugares sucios, abandonados o llenos de basura, yo no vi ninguno. Tampoco es común el bullicio, ni siquiera en la estación de trenes, donde confluye gran cantidad personas (Aunque el restaurante brasileño donde comí un almuerzo, parecía una muestra del carnaval de Río). Todo parece sincronizado, como los famosos relojes suizos. No hay retraso en los autobuses ni en los tranvías, que ofrecen un servicio de excelencia, tanto que no es obligatorio tener un carro para moverse con rapidez de un extremo a otro, incluso fuera de la ciudad.
La vida en la espaciosa metrópolis es muy diferente a la norteamericana y su costo es elevado. Los salarios son buenos (el mínimo es de poco más de 23 francos suizos la hora, unos 25 dólares americanos), pero igualmente los productos y servicios son caros. Allí se vive con más lentitud, se duerme temprano, la gran mayoría habita en edificios de apartamentos, está prohibido el uso de aire acondicionado (a pesar del verano extremadamente caliente), y casi todas las tiendas cierran el domingo.
El alquiler de los apartamentos es alto y difícil de conseguir, es típico vivir con roommates, personas que quizá nunca antes habías visto. El gobierno controla la venta de los apartamentos, los cuales tienen precios por las nubes y, no obstante, los permisos de compra no se obtienen fácilmente. El diseño de estos, por lo menos el que visité, es un poco incómodo, desde mi punto de vista: el toilette y la ducha están en cuartos diferentes; aunque, mirándolo desde otra perspectiva, es una facilidad. Todo parece indicar que el gobierno ejerce gran control sobre la ciudadanía, y muchas de las restricciones hechas hábitos hacen pensar en un tipo de socialismo con grandes riquezas. Para alguien que vivió casi toda su vida en Cuba y actualmente vive en los Estados Unidos, esa conjunción se le hace sospechosa y preocupante. Pienso en el Gran Hermano de 1984, la novela de Orwell, cada vez más vigente.
La parte antigua de Ginebra es indescriptiblemente hermosa, con sus calles sinuosas y estrechas, sus edificaciones de siglos anteriores y de diferentes estilos, sus numerosos restaurantes y cafés. La Catedral de San Pedro, en el centro de la ciudad, es esplendorosa con sus vitrales, todos diferentes en su diseño y simbología cristiana. La Capilla de los Macabeos es una obra de arte de infinitos valores en su conjunto. Y la Capilla de John Knox o Auditorio de Calvino, al costado, tiene suma importancia, pues ambos nombres están inscritos en las memorias del cristianismo desde el siglo XVI. Allí Juan Calvino ejerció un ministerio que impactó al mundo.
Debajo de la actual catedral hay un sitio arqueológico, con evidencias de las diversas fases que siguió la edificación hasta convertirse en la que vemos hoy día. Parte esencial del eje citadino, la institución religiosa mantiene sus servicios activos, mientras recibe a miles de turistas durante todo el año. Y no lejos, en el Parc des Bastions, el Muro de los Reformadores cuenta las diferentes etapas de la Reforma Religiosa que cambió el universo cristiano y occidental. A través de inscripciones grabadas en relieve y esculturas de las figuras más descollantes de ese movimiento, las nuevas generaciones pueden conocer un fragmento de la historia. En ese sitio se lee el eslogan de Ginebra: “Post Tenebras Lux” (Después de las tinieblas, la luz).
El Museo de Arte e Historia de Ginebra, inaugurado en 1910, es gratuito y posee una de las más nutridas e importantes colecciones de arte suizo. Obras de todas las manifestaciones de la plástica, desde el Renacimiento hasta la actualidad, son exhibidas. Entre las piezas de la exposición internacional, pude apreciar dos bustos salidos de la mano de Auguste Rodan. En realidad, mi visita fue breve y no pude recorrerlo completamente, apenas unas horas de la mañana dominical. Cuando vuelva le dedicaré más tiempo.
Pero Ginebra en sí es una inmensa galería de hermosas y sugestivas esculturas ambientales. Por todas partes es posible encontrarlas, muchas de figuras humanas desnudas. Una de las que más me impactó fue la de un chico jugando o tratando de dominar un inmenso y hermoso caballo pura sangre. Está emplazada frente al lago y me sugirió muchas ideas: la camaradería entre lo salvaje y lo civilizado, el rejuego entre la libertad y la prisión, la conjunción entre la alegría y la tristeza, la domesticación que implica la amistad. En fin…
Pero si de esculturas ambientales vamos a hablar, es imposible obviar la Silla Rota, gigantesca obra de Daniel Berset, que llama la atención de todos en la Plaza de las Naciones, frente a la sede de la ONU (Organización de las Naciones Unidas). Esta fue hecha en madera y tiene una altura de 12 metros. Supuestamente ahí es donde hemos de sentarnos a dirimir el caos de la humanidad. Visitamos el sitio un sábado por la tarde, y tuvimos que conformarnos con ver la ONU desde afuera, estaba cerrada en ese momento. Otra tarea pendiente. En cambio, pudimos pasear un rato por el aledaño Jardín Botánico, remanso en medio de la ciudad.
El recorrido por Los Alpes Suizos fue como una incursión por una de esas postales que nos parecen demasiado hermosas y perfectas para ser reales. Pero así de hermosa, perfecta y plena de armonía es esa región, con sus altos picos nevados, con el verde brillante y suave del pasto, con el azul turquesa de los ríos que impetuosos descienden de los glaciares y alimentan apacibles lagos. Visitamos las ciudades de Interlaken (Entrelagos), Grindelwald y Lauterbrunnen, así sucesivamente en la escalada, y no puedo decir que ninguna sea más bella que la otra, pues las tres tienen encantos que enamoran. Pienso que si un día tengo la oportunidad de retirarme a escribir un libro, me iré a uno de estos sitios, donde el susurro de los arroyos bajando las montañas puebla el aire y apacigua el alma.
Hicimos el viaje en carros de amigos de nuestros anfitriones, lo cual fue muy bueno pues nos sujetamos a nuestro propio itinerario. En cambio, era posible hacerlo igualmente en tren, deuda que he de saldar en una próxima visita. No quiero perderme la experiencia que otros han mostrado en videos en las redes sociales. Los pueblos que visitamos tienen una infraestructura para el turismo, que supongo sea su fuente de ingreso fundamental, en tanto son miles los que anualmente escogen esos paradisíacos lugares. Junto a ello, la ganadería y la agricultura de montaña. A las orillas de las carreteras perfectamente diseñadas y conservadas, vimos multitud de granjas y sembradíos. Aunque no tuve la oportunidad de degustarlos, los quesos de esos sitios son famosos en el mundo.
La ingeniería de tráfico se ha perfeccionado en grado extremo en Suiza. Además de las autopistas primorosamente estructuradas, están los túneles que acortan el paso a través de Los Alpes y ahorran cientos de millas a los conductores. No tengo registrado en mi memoria un bache o una carretera rota. Tampoco en las ciudades se ven calles interrumpidas o con agujeros en el asfalto.
Ginebra es una ciudad a la que he de volver una y otra vez. Lo sé. Establecerme y desde allí recorrer Europa es un sueño. Cruzar las fronteras de los países que forman la Unión Europea no tiene dificultades. De hecho, mi pasaporte solamente fue acuñado cuando aterricé en Lisboa y cuando iba a despegar de Roma. La presentación del pasaporte en los demás aeropuertos, solo fue parte del trámite de identificación.
(CONTINUARÁ)

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