Barcelona: Aires Mediterráneos

BARCELONA ES UNA IMPRESIONANTE CIUDAD QUE ENAMORA A PRIMERA VISTA
El primer consejo que recibimos en Barcelona, fue que si íbamos a Las Ramblas tuviésemos cuidado con los teléfonos y las billeteras. Igualmente nos alertaron sobre el modus operandi de ciertos ladrones que andan con ropas de payasos y los rostros pintados de blanco. Estos, al identificar a los turistas, se les acercan para tomarse fotos con ellos y desvalijarles los bolsillos.
La advertencia derrumbó de golpe la seguridad que sentí mientras estaba en Portugal, pero me sirvió de mucho. A partir de ese momento mis manos se convirtieron en tenazas que abrazaban el teléfono, atendí todo el tiempo la billetera, y alejé de mí a los “cara pintados”, con quienes me encontré al día siguiente en la Plaza Cataluña. Los tengo grabados en un video.
Aparte de ese detalle, Barcelona me enamoró. Poder comunicarme en español con todos, me hizo pensar que era el lugar ideal para permanecer. Las calles y plazas repletas de gente, los cafés y restaurantes con mesas en las aceras, al aire libre, me avisaron que estaba en una ciudad mediterránea. Me sentí como un niño con juguete nuevo, ni los ojos ni la cámara me alcanzaron para apresar el ambiente de esa cosmópolis de arquitectura revolucionaria y personas joviales, donde es más fácil ver ondear la bandera catalana que la española.
No obstante el intenso calor y el poco tiempo del que disponíamos, pudimos visitar sitios importantes. A la Catedral llegamos sin buscarla. Tratábamos de encontrar el camino al mar, cuando el laberinto de calles nos condujo al impresionante edificio de estilo gótico, que según la historia se levanta en el lugar que otrora ocupara una basílica paleocristiana, luego una iglesia visigoda, y después una románica. El nombre oficial es Santa Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de la Santa Cruz y Santa Eulalia, y es la sede del Arzobispado de Barcelona. Lamentablemente, no pudimos entrar por estar cerrada en el momento de nuestra visita, tarea pendiente para cuando vuelva.
Una inmensa valla promocionando el Samsung Galaxy S22/S22+, afea el pináculo de la Catedral. No sé el motivo preciso por el cual escogieron ese emblemático espacio para colocar el cartel, pero dicha compañía es una de las financieras de las obras de restauración, lo que le ofrece el privilegio de la publicidad. De todos modos, me satisfizo que la arrogancia del anuncio no opacara la majestuosidad del edificio. Y, también, no ser el único en reparar en lo inoportuno del anuncio: José, un amigo barcelonés, me comentó que los citadinos tampoco lo aprueban y reprochan a la iglesia católica por ello.
La Sagrada Familia, obra maestra del famosísimo arquitecto Antoni Gaudí, sobresale en el horizonte barcelonés. Esto lo corroboré desde Montjuic, una de las montañas que rodean la ciudad. Su construcción comenzó en 1882 y se dice que cuando sea concluida, superará en altura a todos los rascacielos de la urbe. Algo que ya sucedió en cuanto a ingenio y belleza. Un dato curioso es que las obras constructivas de este monumento arquitectónico universal, de estilo modernista, son financiadas con donaciones de particulares y con los ingresos recaudados por las entradas que pagan los turistas.
El mismo laberinto de calles y callejuelas nos llevó a Las Ramblas, otro punto obligatorio en la segunda ciudad más importante de España. Una constante multitud sube y baja el extenso paseo que va desde la Plaza Cataluña hasta el puerto antiguo. Y mientras discurre, cientos de comercios, kioscos y restaurantes descansan sobre la avenida o a su alrededor. Del mismo modo, edificaciones de importancia histórica, cultural y organizacional lo escoltan. Si en un tour por Barcelona no visitar la Sagrada Familia es pecado capital, no pasear por Las Ramblas es un sacrilegio.
Camino al puerto, la popular calle conduce a la imponente estatua de Cristóbal Colón, que desde su altísimo pedestal extiende su brazo derecho hacia América. Más allá están la estación de los yates para dar un paseo marítimo, y las Ramblas de Mar, una extensión o puente hermosamente diseñado, que lleva al centro comercial Maremagnum, construido en el muelle España.
En un restaurante al aire libre, en Las Ramblas, al atardecer de nuestra segunda y última jornada en la llamada Ciudad Condal, degusté una deliciosa paella, la primera de mi vida. Dicen que las de Valencia y Alicante son mejores, pero la mía me resultó exquisita. Mi paladar hizo fiesta con el arroz rojizo y los mariscos frescos, magistralmente combinados gracias a la antigua tradición. Ajenos a mí, los transeúntes caminaban en todas las direcciones; vendedores ambulantes hacían malabares para que compráramos su bisutería; el sol caía sobre la bahía y las luces se encendían. Todos estos eran ingredientes que sumaban emoción a la experiencia de estar sentado en tan famoso lugar, degustando tan sabroso plato.
Un poco más tarde, cuando ya era noche cerrada, en las Ramblas de Mar presencié uno de los hechos que conocía por la prensa internacional. Los manteros, en su gran mayoría emigrantes africanos, extendieron sobre el pavimento y el puente sus productos. Las marcas más famosas llamaban la atención de quienes gustan presumirlas, no importa que sean copias baratas. De pronto, como siguiendo un mandato que se propagaba de un puesto a otro, con gran agilidad los vendedores tiraron de las cuerdas de sus mantas y las cerraron formando una bolsa gigante, se las echaron a la espalda y desaparecieron en rumbos diferentes. En fracciones de segundos solo quedaba la multitud que disfrutaba de un paseo nocturno. Poco después llegó la policía.
El nombre de Montjuic resonó mundialmente en 1992, cuando Barcelona fue sede de las Olimpiadas de verano. En sus alrededores y faldas se realizaron muchas de las competencias del magno evento deportivo. El día que visitamos la montaña, hacían preparativos en el complejo de las piscinas olímpicas, para celebrar el vigésimo aniversario de aquel suceso. Desde su cima es posible disfrutar de una hermosísima vista panorámica de Barcelona.
Para llegar tomamos el metro, más moderno que el de Lisboa. Pero al desconocer que podíamos hacer una conexión con el funicular que nos llevaría hasta la base del teleférico, subimos a pie. La escalada fue fuerte, llegamos cansados y triunfantes, creo que sin proponérnoslo hicimos un homenaje a Barcelona-92. El teleférico nos llevó hasta la cima, donde se encuentra el Castillo de Montjuic, una fortaleza inaugurada en 1799, y que hoy día luce unos jardínes hermosos. A medida que ascendíamos se ampliaba la vista de la ciudad, la cual se hizo completa cuando subimos a la terraza superior del castillo. Desde allí se puede obtener una visión de 360 grados, lo cual fue aprovechado eficientemente en los tiempos en que tuvo uso militar.
La temperatura estaba muy alta, sudábamos generosamente, nos hidratamos con botellas de agua congelada vendidas por pakistaníes. Disfrutar de Barcelona desde aquella altura fue tan sensacional como caminar por sus calles. Me impactó la actividad del puerto nuevo, y, más aún, el azul intenso del Mar Mediterráneo que se pierde en el horizonte como una prolongación de la ciudad. El descenso fue rápido, aprovechamos el funicular que nos conectó con el metro. Más tarde, desde el puerto viejo, miramos hacia Montjuic y nos pareció increíble que apenas un rato antes hubiésemos estado allá.
La Casa Batlló, otra de las obras maestras de Gaudí, situada en el Paseo de Gracia, la vimos de lejos cuando nos dirigíamos a Montjuic. Una multitud se aglomeraba frente a ella, supongo que serían los interesados en visitarla. En esta ocasión sólo pude tomar fotos de su fachada, para la próxima cruzaré sus puertas.
A la mañana siguiente volamos hacia Ginebra. Cuando conté a algunos amigos que había estado en Barcelona, me preguntaron si había visitado Camp Nou, el estadio del Barça. Mi respuesta negativa me indicó que he de volver, me quedaron demasiados pendientes.
(CONTINUARÁ)

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