Turquía (2): “Y HASTA LO ÚLTIMO DE LA TIERRA”

Llamada Asia Menor y también Península de Anatolia, Turquía es el paso milenario de rutas comerciales del Oriente al Occidente y viceversa. Su posición geográfica privilegiada la convirtió desde tiempos antiguos en un codiciado pastel disputado por todos: los griegos, los romanos, los otomanos. También el Nuevo Testamento habla de ese territorio, y precisamente en el seguimiento de esas huellas se fundamentó la Primera Conferencia Global sobre las Siete Iglesias de Apocalipsis, en la que tuve el privilegio de participar.
Si bien en Israel se encuentra el origen de la fe cristiana, en lo que hoy es Turquía podemos rastrear la continuidad. El Dr. Mark Fairchild, profesor en Huntington University, asegura que más del 50 por ciento del Nuevo Testamento tuvo lugar en esos contornos. El cumplimiento inicial de lo que dice Hechos 1:8: “y hasta lo último de la tierra”, fue allí. Por aquellos caminos y carreteras construidos por el imperio romano, transitaron los apóstoles y padres de la iglesia, los primeros que se identificaron como seguidores de Jesús, los fundadores de congregaciones, los perseguidos y mártires acusados de no rendir culto a los dioses paganos.
La Biblia, con su mensaje eterno, inmortalizó esas grandes y ricas ciudades, orgullo de la Roma imperial, donde el evangelio se diseminó como pólvora: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea, por solo citar aquellas donde estaban las iglesias que recibieron mensajes directos en la revelación dada al Apóstol Juan en la isla de Patmos (Apocalipsis 2 y 3), y las que pude visitar en un recorrido maratónico, pleno de sorpresas, detalles y descubrimientos.
En cualquier lugar de Turquía remover el subsuelo puede significar un nuevo hallazgo. Grandiosa ha sido y es la labor de los arqueólogos, quienes han sacado del polvo las ruinas y han reconstruido parte de esos lugares que antaño impresionaron a los viajeros y hoy siguen impactando a personas de todas partes del mundo. No obstante, valga aclarar, por muchos años los investigadores que llegaban de Europa y Estados Unidos, principalmente, acostumbraban a llevar a sus países los tesoros arqueológicos turcos, como hicieron en Egipto y en otros lugares donde florecieron grandes civilizaciones, imperios o reinos. De ahí que los museos y colecciones de Occidente estén llenos de piezas que no les pertenecen.
En medio de fértiles valles o en la cumbre de empinadas montañas, a orilla de ríos, se levantaron esas fastuosas urbes, con calles de mármol y edificios de altas columnas y elaboradas ornamentaciones. En cada una de ellas los templos a los ídolos locales y los monumentos a los emperadores, ocupaban un lugar de privilegio. También espacios como bibliotecas, anfiteatros, ágoras, gimnasios, baños públicos. Los vestigios que han llegado a nuestros días hablan de poderío, opulencia, arte refinado al servicio de todos o, por lo menos, de los más pudientes.
El visitante queda perplejo: ¿Cómo pudieron transportar los pesados bloques de mármol? ¿De cuáles tecnologías arquitectónicas e ingenieriles se valieron? ¿Cómo lograron doblegar la dura piedra para sacarle figuras y ornamentos que en la actualidad no vemos? Ciudades como Éfeso, Pérgamo, Sardis o Laodicea, poco o nada tuvieron que envidiarle a Roma. Ellas mismas son símbolos de la magnificencia de un imperio cuyos días de gloria nos hacen guiños desde esas ruinas milenarias.
Algunas de las antiguas ciudades están situadas hoy en medio o a las afueras de urbanizaciones pequeñas o medianas, que no conservan el nombre de antaño. La excepción es Esmirna, que continúa siendo una hermosa y cosmopolita urbe portuaria, al frente del Mar Egeo. La distancia entre las ruinas que han burlado el paso del tiempo, habla de cuán grande era entonces y de cuánto ha seguido creciendo hasta el presente.
(Continuará)

Comentarios

  1. Q lindas palabras tío. Siento que viajo a Turquía mientras leo. Gracias por tomar tu tiempo para compartir tus experiencias 😊. Te quiero mucho 💕

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  2. Gracias. Date una vuelta por Turquía, vale la pena.

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