ESPAÑA INFINITA

Es invierno intenso en Kansas City y recuerdo mi último verano, en España. Un verano inolvidable por lo que viví y por las temperaturas dignas de un horno, como dignas de un congelador son las que disfrutamos actualmente en el medio-oeste norteamericano. Pero, por esos secretos del ser humano, mi mente está allá, y el anhelo de repetir la experiencia es cada vez más fuerte. Creo que Dios nos permite estas vivencias para mantenernos vivos y aferrados a una esperanza que nunca muere.
Según las estadísticas, España es uno de los países más visitados del mundo y uno de los mejores para vivir. Y no lo dudo. Conforme a lo observado en los dos viajes que he hecho a esa nación, vale la pena pasar largas temporadas allí e, incluso, residir por años, sino por siempre. Por supuesto, la mía es la visión del turista o del visitante que se deja deslumbrar por todo lo bello y la calidez que ofrece esa hermosa tierra. Pero quienes se han establecido en el lugar igualmente dan fe de ello. Los cubanos tenemos una conexión directa con lo español, lo llevamos en la sangre, nuestro cordón umbilical nos une al lugar de donde vino nuestra lengua y muchos de los elementos esenciales de lo que llamamos cubanía. Tal vez por eso para mí pisar el suelo ibérico fue como llegar a mi casa. Y despedirme me provocó una nostalgia como si toda mi vida hubiese transcurrido en aquel ambiente tan acogedor y familiar. En el 2022 estuve brevemente en Barcelona. Y en el 2023, además de Madrid, donde la estancia fue más prolongada, visité Alicante, Benidorm, Altea, Zaragoza, Alcalá de Henares, Toledo, Segovia y San Lorenzo del Escorial. La mayoría de las visitas a esas ciudades fueron de un día, algunas en tours guiados que son fáciles de comprar en los kioscos madrileños o en las tiendas de suvenires. Pero de todas guardo imborrables recuerdos y muchas fotografías. Y, como suele ocurrirme, a todas deseo volver con más calma, y en todas deseo vivir un tiempo, y en todas retirarme a escribir libros… (es la obsesión que me persigue).
MADRID
Mis anfitriones en Madrid fueron mis amigos Rafael Vilches y Ana Díaz, escritores cubanos exiliados en la capital española desde hace poco tiempo, pero que ya se la conocen de este a oeste y de norte a sur. Fue divertido pasar tantos días juntos, salir cada mañana a explorar la ciudad, ir a lugares conocidos y desconocidos para ellos, regresar exhaustos entrada la noche y, no obstante, con ánimos de volver a emprender otra caminata la jornada siguiente. Nos desplazábamos a pie, o en metro, o en los autobuses del servicio urbano. Allí, como en otras urbes europeas, tener un automóvil no es prioritario, uno puede ir de punta a punta en el transporte público. Y también se camina mucho, algo que lejos de ser engorroso es una forma de descubrir la intimidad citadina. Dicen que los españoles viven para comer y beber, algo que puede ser cierto. Durante la sacrosanta siesta muchos no se van a dormir, sino a los restaurantes y barras, y por las noches las calles son un hervidero, el centro de Madrid no duerme. Pero, del mismo modo, no recuerdo haber visto muchas personas con sobrepeso, tal parece que la afición por la buena mesa es compensada por la vida activa de caminatas constantes. Observé, igualmente, que la expectativa de vida es alta. En las mañanas, sobre todo, es posible ver a gran número de adultos mayores en las calles, los autobuses y parques. Esa es la hora predilecta de ellos, mientras que la noche y la madrugada la de los jóvenes. Hay una fauna de estos que se va a dormir cuando los albores matutinos comienzan a iluminar las azoteas de los edificios. Cuando veo videos de otros enamorados de las bondades madrileñas, reparo en que todavía me falta mucho por conocer. No obstante, tengo en mi haber sitios espléndidos como el Parque del Retiro y el de la Quinta de la Fuente del Berro, la Puerta de Alcalá (cubierta por una gran manta por estar en restauración), la Catedral de la Almudena, los jardines del Palacio Real, la Plaza Mayor, la Puerta del Sol, el Mercado de San Miguel, el Museo del Prado y el Reina Sofía, la Fuente de Cibeles y la de Neptuno, la Iglesia San Antonio de los Alemanes, la Gran Vía, la Plaza de España, los exteriores de la Plaza de Toros de Las Ventas, el Barrio de las Letras, la fachada de la casa donde vivió y murió Cervantes y del Convento de las Trinitarias Descalzas de Ildefonso, donde está sepultado; y un larguísimo etcétera.
Tuve el gusto de visitar y conocer al paisajista cubano Maikel Sotomayor y a su esposa Nayr López, igualmente radicados en Madrid desde fecha reciente. A él lo entrevisté luego de mi regreso a Kansas City. Su nobleza montuna (es oriundo de Manzanillo, Granma) va de la mano de su talento y exploración de nuevas formas de expresar el rico mundo interior que atesora. José Amer, un habanero que conocí por intermedio de mis anfitriones, y que vive en el corazón de Madrid, ya jubilado del mundo del espectáculo donde trabajó casi toda su vida, lleva larga data en suelo español, de hecho si no se presenta como natural de la Isla, no puede ser reconocido. Me gustaría entrevistarlo, tiene mucho que contar, desde sus inicios como columnista en el periódico Juventud Rebelde. Fue de mucha bendición reencontrarme con el pastor y misionero nicaragüense Nelson Montenegro, a quien conocí en 2015, en Managua, a propósito de un entrenamiento del Instituto Internacional de Liderazgo (ILI). Cuando coincidimos por primera vez, él se preparaba para ir al campo misionero en España, y ahora está allí con su esposa e hijos, haciendo una hermosa labor de predicación del Evangelio, con un conmovedor testimonio del respaldo del Señor Jesús a su trabajo. Partí de Madrid el mismo domingo en que tuvieron lugar las elecciones que Pedro Sánchez perdió, aunque por esos rocambolescos giros de la política se mantiene en el poder. Durante los días previos disfruté ver la ciudad llena de banderines con las imágenes de los candidatos. En especial me fueron gratos los de Vox con Santi Abascal, a quien considero el único líder que hoy día puede levantar la moral de España y ubicarla en un escaño de respeto y prestigio internacional.
ALICANTE
“Alicante es el paraíso terrenal”, les dije a mis amigos y hermanos de la fe Claudia y Benjamín Aguilera, quienes me acogieron por casi una semana. Y no fue mera palabrería o adulación. En verdad esa hermosísima ciudad mediterránea amerita todos los elogios que se nos ocurran. Frente al mar de mis sueños, con una playa de finísima arena blanca, con una vida muy a la española -sin faltar las siestas inviolables-, es un lugar en el que me gustaría vivir. Desde el Castillo de Santa Bárbara se puede escudriñar toda la ciudad, el puerto y el mar que me pareció infinito. Como toda construcción medieval de su tipo, su primera función estuvo asociada con la defensa del enclave. Hoy es uno de los sitios más visitados por los turistas. Se puede llegar a pie (así fue mi subida, guiado por Claudia, a quien le encanta caminar), o en automóvil, o en un ascensor que parte desde la base de la montaña (así fue mi descenso). Atesoro imágenes de mi tránsito por la Plaza de Luceros, la Explanada de España, el Puerto, el Ayuntamiento, el Barrio de Santa Cruz, el Mercado Central, la Plaza de Toros, y la Playa de Postiguet (donde nos dimos un chapuzón como a las nueve de la noche), entre otros lugares de obligada visita en la urbe. A corta distancia de Alicante, en un tren que bordea la costa mediterránea, con vistas subyugadoras, están Benidorm y Altea, dos ciudades que igualmente deben ser visitadas si uno anda por esa zona. Aunque las islas griegas de Mykonos y Santorini son mucho más famosas y, por ende, repletas de turistas, la pequeña Altea no tiene nada que envidiarles. Erigida en una elevación frente al Mediterráneo, con calles sinuosas, y casas pintadas de blanco con techumbres de tejas, es un espacio ideal para olvidarse de la vida convulsa que se vive en otras partes y disfrutar de la brisa que trae la música y el aroma del mar.
Benidorm, por su parte, es uno de los destinos turísticos más populares de España, posiblemente atraiga más gente que la misma Alicante. Realmente es una ciudad diseñada para el turismo, con sus numerosos rascacielos y hoteles, sus tiendas de todo tipo (especialmente de suvenires), sus incontables restaurantes, su agitada vida nocturna. Las playas son una tentación a la que no pueden resistirse miles de personas. El Balcón del Mediterráneo, un mirador que se adentra majestuosamente en el mar sobre una roca costera, ofrece una vista privilegiada a cualquier hora del día. Lo visitamos en el poniente y mi corazón se quedó allí, ya me lo habían advertido. El sábado que fuimos a Altea y Benidorm coincidió con el Reggaeton Beach Festival en esta última ciudad. Una multitud de jóvenes muy motivados atestaba los trenes en la ida y en la vuelta. En la noche, más allá del área de los comercios, los hoteles y restaurantes, las calles lucían vacías y los pocos transeúntes parecía se encaminaban hacia el estadio municipal Guillermo Amor, donde se celebraba el mayor festival de música urbana en Europa, según los reportes de la prensa. El sonido del concierto inundaba el aire. Recuerdo a un chico que, en el regreso, se lamentaba porque le habían dicho que ese sería el último tren de la noche, y había tenido que abandonar la fiesta antes de que se presentara su cantante favorito. En el mismo tren supo que no sería el último.
ZARAGOZA
La visita a Zaragoza, aunque breve (apenas 24 horas), fue motivada más por la amistad que por el deseo de conocer la urbe, pero reconozco que mis expectativas fueron superadas en todos los sentidos. Allí me reencontré, después de 17 años, los mismos que llevo viviendo en los Estados Unidos, con mi amigo, el escritor y fotógrafo bayamés Enmanuel Castells y con su esposa Sandra, igualmente radicados en España desde hace poco tiempo, pero que en la misma medida se han apropiado de la ciudad que los ha acogido. Ellos tuvieron a bien mostrarme su sincero amor y guiarme por una urbe llena de sitios y espacios que ahora forman parte de mi universo: el río Ebro, el Puente de Piedra con sus leones, la Basílica del Pilar (donde están todas las banderas de los países hispanoamericanos), la Plaza del Pilar (en cuya fuente está representado el mundo, teniendo especial énfasis la isla de Cuba), las ruinas de las murallas romanas, el conjunto escultórico dedicado al zaragozano universal Francisco de Goya, el Mercado Central, el famosísimo y acogedor barrio del Tubo, la Plaza de San Felipe donde alguna vez estuvo la denominada Torre Nueva… Aunque está repleta de cosas interesantes, Zaragoza no es una ciudad muy turística. Sin embargo, tiene un par de detalles que deberían situarla en la ruta de todos los cubanos que nos gusta explorar el mundo más allá del Caribe. Una placa en la entrada del edificio de la calle Manifestación, número 13, frente a la Fuente de la Samaritana, señala que allí vivió José Martí entre 1873 y 1874, cuando sufría destierro aun siendo muy joven. No lejos se encuentra la sala teatro donde se cree fue a disfrutar de la actuación de la bailaora que inmortalizaría en sus Versos Sencillos y que todos conocemos como la Bailarina Española. Mi estancia zaragozana fue saludada con un hermoso cielo que exhibió diseños únicos en las nubes, con el fondo azul infinito. Castells afirmó que era la aprobación divina a nuestro reencuentro. Y lo creo. Fue grandioso volver a vernos. La sonoridad de su voz nunca se ha apagado en mi memoria y ahora me cuenta, incluso, del cierzo, ese viento que los habitantes del Valle del Ebro conocen muy bien y temen como si de una fiera invisible al acecho se tratara.
En otra oportunidad hablaré sobre Alcalá de Henares (cuna de Miguel de Cervantes y Saavedra), Toledo y Segovia (donde alguna vez convivieron en cierta paz musulmanes, judíos y cristianos), y San Lorenzo del Escorial (donde Ernesto Lecuona se inspiró). En otra ocasión diré que las palabras Guadarrama y Guadalquivir están entre las más bellas del idioma español. Ahora nieva en Kansas City y la temperatura es de cuatro grados Farenheit, o sea -16 Centígrados, y yo trato de diseñar el mapa de mi próximo verano.
(KC, 15 de enero de 2024)

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