Roma, ¿La Ciudad Eterna?

VISITAR LA LLAMADA 'CIUDAD ETERNA', FUE COMO BESAR LA HISTORIA EN UNA MEJILLA. TODAVÍA NO ME RECUPERO DE LA IMPRESIÓN QUE ME CAUSÓ.
Para llegar a Roma, nuestro último destino en el verano europeo de 2022, valoramos la posibilidad de hacerlo en tren, queríamos experimentar un viaje entre países en ese medio. Al final tomamos un avión, más barato y directo. Solo estaríamos allí un par de días, aunque nos extendimos uno tercero por la cancelación de nuestro vuelo original hacia los Estados Unidos. De todos modos, esa jornada la pasamos encerrados en el hotel que nos asignó American Airlines para esperar el nuevo avión, programado para la madrugada siguiente.
En la llamada “ciudad eterna”, nos hospedamos en un apartamento alquilado por la aplicación Airbnb, en un edificio de la primera mitad del siglo XX, en una zona céntrica, a pocas cuadras de la estación del ferrocarril. Excelentemente rediseñado para usarlo como dormitorio de paso para los visitantes, el local solo tenía un detalle que me hizo deplorarlo: la falta de aire acondicionado. Jamás en mi vida había sudado tanto, ni siquiera en Cuba, de modo que casi no pude dormir el par de noches que pasamos allí. Los ventiladores a nuestra disposición reciclaban el aire caliente y mis poros eran como una regadera.
Pero ni ese ni otros detalles impidieron que disfrutara de Roma, una urbe que parece dispuesta a sorprender al visitante en cada vuelta de esquina. No me importó la suciedad reinante en todas partes. Tal parece que los romanos no tienen cultura de depositar los desechos en bolsas y recipientes, o no hay suficientes contenedores en las calles, o el servicio de recogida es deficiente… A saber… La cuestión es que la basura pulula y afea las hermosas calles, incluso muchos monumentos lucen sucios, manchados por el polvo y el humo de los automóviles. Nada que ver con Ginebra, tan pulcra y organizada. Parece que el espíritu latino y el alpino se contraponen.
Buscando un restaurante para almorzar el día de nuestra llegada, descubrimos que estos cierran después del mediodía hasta entrada la tarde. Solo en la estación de trenes pudimos disfrutar de un buen banquete, el servicio ahí no se interrumpe y las ofertas son múltiples y de buena calidad. Al día siguiente volvimos al mismo lugar para no complicarnos con los horarios.
En Uber fuimos a la Plaza del Campo de las Flores (Piazza Campo dei Fiori). Una imponente estatua de bronce de Giordano Bruno sobresale en el hermoso lugar repleto de restaurantes y tiendas. Hecha por el escultor Ettore Ferrari y emplazada a finales del siglo XIX (exactamente en 1889), la escultura recuerda al monje y filósofo italiano, quemado en ese mismo sitio el 17 de febrero de 1600. Sus teorías cosmológicas le ganaron la animadversión del papado que lo acusó de hereje y lo condenó a la cruel muerte. En el pedestal se lee la inscripción: “A BRUNO: IL SECOLO DA LUI DIVINATO. QUI DOVE IL ROGO ARSE” (De la edad que predijo. Aquí donde ardió el fuego).
Caminando por las calles, asomándonos en tiendas de ropa y souvenirs, llegamos a la impresionante Plaza Navona, símbolo del barroco italiano. No puedo decir que es la más hermosa de todas, pues no fueron tantas las que tuvimos la oportunidad de visitar, y porque en Roma todo compite por ser lo más atractivo e impactante. Pero este lugar, con sus tres fuentes: la de los Cuatro Ríos, la de Neptuno y la del Moro, es un sitio al que siempre desearé volver. Rodeada por restaurantes y altos edificios de gran valor artístico e histórico, según se acerca la noche se va llenando de creadores listos para hacer retratos al momento o paisajes urbanos, y de muchas personas que llegan a degustar un buen plato o simplemente a admirar tanto arte concentrado en un solo espacio.
Los autores de las fuentes no solo dieron riendas a una vasta imaginación, también modelaron el mármol con maestría y expresividad. Esculturas y edificios permanecen a la vista de todos desde antaño, como una alegoría de la trascendencia del buen gusto y de los valores artísticos que reinaron en una época imperecedera. Las curvas perfectas de las esculturas y los intrincados detalles de los conjuntos escultóricos, hacen juego perfecto con el susurro del agua que sale de los surtidores en constante reciclaje y llena el entorno con una música semejante a la de los arroyos. En el centro de la Fuente de los Cuatro Ríos se levanta el Obelisco, de más de 17 metros de altura, que el emperador Domiciano mandó a construir en Egipto. Dejamos atrás la Plaza Navona cuando ya era de noche.
En nuestro desandar por las calles que han sido transitadas por millones de personas desde hace tantos siglos, pasamos por frente al Panteón de Agripa, otro de los monumentos que hacen de Roma una ciudad que debe estar en la ruta de todo viajero. Originalmente un templo romano terminado de construir durante el reinado de Adriano, hoy día es la Basílica de Santa María y los Mártires, institución católica que mantiene sus servicios religiosos desde el siglo VII.
En el pórtico del Panteón, 16 columnas corintias de granito, detienen al caminante. A la hora que pasamos por allí las puertas estaban cerradas, por lo que no pudimos disfrutar de los tesoros interiores de uno de los edificios antiguos mejor conservados de la urbe, según atestiguan los conocedores. Debido a sus valores arquitectónicos, el edificio de casi dos mil años, ha sido modelo para muchos constructores posteriores en diversas partes del mundo. Al frente está la Plaza de la Rotonda, que le confiere a la iglesia el nombre popular de Basílica de Santa María Rotonda.
Nuestro caminar nos condujo a la internacionalmente famosa Fontana Di Trevi. Quizá haya sido allí donde ví y formé parte de la mayor aglomeración. No recuerdo si escuché a alguien hablar italiano, pero otras diferentes lenguas sí. Todos con celulares y cámaras fotográficas en la mano, miles de imágenes tomadas en fracciones de segundos. Llegar hasta la barda delimitadora fue difícil, pero lo logramos y nos hicimos nuestras correspondientes fotos. A la noche siguiente, en un restaurante de una calle adyacente, me comí un memorable espagueti carbonara. Puede sonar muy bohemio, pero cenar mientras cientos de desconocidos pasan por tu lado, le agrega emoción a la comida, ingrediente que estimula la digestión y la alegría.
Al día siguiente visitamos, en primer lugar, la Ciudad Vaticano. La Plaza de San Pedro, tantas veces vista en imágenes, ahora estaba a nuestros pies. Menos mal que actualmente nos valemos de cámaras digitales con capacidades exuberantes para guardar fotografías y videos, de lo contrario me hubiera visto en la necesidad de usar muchos rollos en mi frustrado intento de captar tantos detalles del afamado lugar. La mejor foto la logré no cuando caminaba por ella, sino cuando la observaba desde la cúpula de la Basílica de San Pedro.
Estratégicamente diseñada de forma ovalada cerrada, rodeada de estructuras con multitud de columnas, es el lugar de concentración de los fieles católicos que acuden a escuchar los discursos y homilías del papa de turno. Igualmente símbolo del período barroco, su acceso puede ser limitado con facilidad. En su centro se levanta el llamado obelisco Vaticano, coronado con una cruz que ocupa el lugar donde originalmente hubo una bola dorada, de la cual se decía contenía las cenizas del emperador Julio César.
La entrada a la Basílica de San Pedro, una de las visitas obligadas si vas Roma, es precedida por un control de seguridad. Luego, para subir a la cúpula, tienes que pagar diez euros, si deseas aprovechar el ascensor para el tramo inicial. El día que estuvimos allí el calor veraniego estaba en su apogeo, pero fuimos favorecidos por una fila corta. No quiero imaginar una de las aglomeraciones típicas de allí bajo la canícula de julio. Antes de recorrer la nave principal, nos fuimos a la cúpula, la cual depara multitud de sorpresas antes de llegar al punto más alto accesible.
La cúpula del San Pedro, es considerada la más alta del mundo. El famoso artista Miguel Ángel Buonarroti, de quien hay un busto en la parte exterior de la misma, y su discípulo Giacomo Della Porta, son los autores. La muerte sorprendió al primero en medio de la obra, por lo que el segundo cumplió la misión de terminarla. Hermosos frescos la decoran interiormente, así como gigantescas inscripciones en oro. Una de ellas contiene en latín fragmentos de los versículos de Mateo 16:18-19: “TV ES PETRVS ET SVPER HANC PETRAM AEDIFICABO ECCLESIAM MEAM ET TIBI DABO CLAVES REGNI CAELORVM” (Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos).
Para llegar hasta el balcón desde donde se observa una vista incomparable de Roma, es menester subir 551 escalones si no usas el elevador. Nosotros lo tomamos y solo tuvimos que ascender 320. La escalinata, gastada por siglos de pisadas, conduce entre la pared interior y la exterior de la cúpula, y a medida que sube tiende a hacerse angosta. Pequeñas ventanas permiten echar miradas sobre la ciudad; aunque su función, más bien, es refrigerar el edificio. El aire entra por ellas y los pasillos se convierten en canales que transportan la frescura. Solo desde esa altura es posible alcanzar una visión completa de la Plaza de San Pedro y también de la ciudad. Aconsejo a todo el que visite la Basílica que suba hasta allí, no se va a arrepentir, a pesar de que requiere esfuerzo.
Pero si impresionante es la mirada sobre Roma desde el balcón de la cúpula, no menos impactante es el interior de la Basílica de San Pedro. Una semana o un mes, pienso, no serían suficientes para apreciar todos los pormenores de ese espacio, donde las pinturas, murales, frescos y esculturas se conjugan para formar, quizá, la galería de arte católico más grande del mundo. Desde el piso hasta el techo, las paredes, columnas y nichos, todo está repleto de arte y simbolismo. Nada es una simple ornamentación, sino que cada cosa requiere una lectura, una interpretación, descifrar un mensaje.
Considerada la iglesia católica más grande del mundo, San Pedro es el lugar de mayor importancia para el catolicismo. Ahí está la sede papal y se puede decir que desde ese lugar se dominó el mundo en determinadas etapas de la historia universal. Todavía hoy sigue siendo de gran importancia en las relaciones y la diplomacia entre los países. Aunque es apenas una pequeña ciudad dentro de otra más gigantesca, el Vaticano juega un papel muy relevante en la política mundial. De hecho, el papa es uno de los presidentes más conocidos y populares del planeta.
El Castillo de Sant'Angelo fue nuestro próximo punto de parada. No lejos de la Basílica de San Pedro, frente a un lamentable río Tíber, originalmente fue concebido como el mausoleo del emperador Adriano y su familia. A posteriori fungió como fortaleza militar y hoy día es uno de los museos más visitados de Roma. Construido en forma circular, su historia comienza en el año 135 d.C., cuando empezaron a levantarlo. Muy bien conservado, con multitud de objetos, esculturas y evidencias de sus tiempos de gloria, el sitio igualmente forma parte de las bellezas romanas que reclaman la visita de los amantes de la historia antigua. Algunas de sus salas son verdaderamente atractivas, con decoraciones diferentes y frescos de su etapa de esplendor.
Como en todas partes de la capital italiana, multitud de extranjeros recorrían Sant'Angelo el día de nuestra visita. A algunos podía distinguirlos por sus idiomas, pero los más llamativos eran dos monjes tibetanos, quienes no podían pasar inadvertidos por sus atuendos anaranjados. El Castillo, con pisos y escalinatas gastados por tantas pisadas desde la antigüedad, puede convertirse en un laberinto para el distraído. La gran cantidad de pasillos y salones se encargan de confundir y sorprender al visitante, que cada vez encuentra algo nuevo donde pensó ya había estado un minuto antes.
A la salida caminamos sobre el hermoso puente de Sant'Angelo, que permite el paso sobre el Tíber, tomamos un Uber y nos trasladamos a otro lugar que nadie puede dejar de visitar: el Coliseo. Testigo y testimonio del esplendor y crueldad del imperio romano, fue levantado en el siglo I d.C., en la época del emperador Vespasiano. Se dice que fue construido con el dinero robado en Jerusalén, cuando la ciudad fue destruida por las huestes romanas, en el 70 d.C., y con mano de obra de los hombres judíos tomados como esclavos en esa ocasión.
Fue el anfiteatro más grande del imperio. Sus ruinas son Patrimonio de la Humanidad y una de las siete maravillas del mundo moderno. Sus arenas fueron anegadas con la sangre de hombres y animales que durante cinco siglos divirtieron a un pueblo romano aficionado a este tipo de pasatiempo: el crimen y la muerte hacían las delicias de una ciudadanía que se conformaba con el pan y el circo. Miles de prisioneros de guerra, convertidos en gladiadores, terminaron sus días allí. Miles de cristianos, por el simple hecho de no seguir la religión del imperio, encontraron pasaporte al Cielo ante las multitudes sedientas del mortal espectáculo.
Hoy día el Coliseo sigue siendo motivo de atención. Es uno de los lugares más visitados en el mundo. Y, claro, es digno de toda la admiración. Aunque no totalmente, ha permanecido en pie a pesar de las guerras, los gobiernos, los terremotos y los saqueos. Muchos de los edificios de Roma fueron construidos con piedras extraídas del originalmente llamado Anfiteatro Flavio. La sólida estructura con que fue concebido, nos permite aplaudir en la actualidad la maestría de los arquitectos e ingenieros del pasado, quienes tal vez no imaginaron que su obra burlaría las centurias.
Así como los manteros de Barcelona, encontramos en la parte exterior del Coliseo a un grupo de africanos emigrados que querían hacernos llevar sus productos. Estos no tenían mantas extendidas en el suelo, pero traían pulseras de diferentes diseños que regalaban y casi obligaban a aceptarlas. No supe cuál era el propósito de tanta bondad, pero me provocó suspicacia y, por ende, no acepté la que uno de ellos, con gran sonrisa y carisma, se esforzaba para que yo me la quedara.
Nuestro recorrido por Roma continuó hasta entrada la noche, pero ya la batería de mi teléfono se había agotado. No obstante, seguí disfrutando de la ciudad con la actitud de un niño cuando va a un parque de diversiones por primera vez. El caminar nos llevó nuevamente a la Fontana di Trevi y otros sitios ya visitados el día anterior. Era la despedida. En menos de 12 horas se suponía que tomaríamos el avión de retorno a los Estados Unidos, algo que aconteció casi 24 horas después de lo previsto, como ya dije.
Regresar a Europa es uno de mis sueños ahora. Mi agenda continúa llenándose de sitios para volver a visitar. Alguna vez tendré que enrolarme en una vuelta al mundo en más de 80 días.

Comentarios

Entradas populares