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Salamanca la blanca

El verano pasado, cuando buscaba una música adecuada para un video sobre la ciudad de Salamanca, España, encontré una canción tradicional titulada “Salamanca la blanca”. Esta hace referencia a una de las realidades históricas locales: los carboneros que otrora sustentaban la villa y que cuando regresaban a sus hogares con sus ropas y cuerpos manchados de negro, contrastaban con la blancura de los majestuosos edificios de piedra.
Después de una semana allí, y de regreso en Madrid, conocí en persona a la escritora cubana Lucy Araujo, radicada en esa metrópoli. Al compartirle mi experiencia salmantina, me comentó que vivió un invierno en aquella localidad y que quedó tan impresionada que escribió un poema titulado “Salamanca la blanca”. Rápidamente le pregunté si conocía la canción de igual nombre, y al asegurarme que no, pasé a ser yo el sorprendido. Luego supe que tal apelativo tiene explicaciones fundamentadas a través de los tiempos. Valga señalar que a pesar de la coincidencia de títulos, ambas composiciones tienen motivos diferentes. El poema hace referencia al impacto que causó en la autora la belleza y la historia de una Salamanca que lucía el velo de la nieve. Araujo la hace escenario de un amor platónico y, al mismo tiempo, la metamorfosea en la amiga íntima que colabora en la búsqueda del amado, a quien encuentra en el Puente Romano, al sur de la colina: “como yo, él buscaba tu aroma, / pero nos vio a las dos”. La canción, cuyo autor se desconoce y que ha sido adaptada a diferentes géneros, aunque está clasificada como folclórica, es una denuncia a la injusticia de una ciudad que sostenía sus mejores galas sobre el dolor y el trabajo de famélicos carboneros que atravesaban sus calles después de la jornada laboral, embadurnados de hollín. Según las fuentes, se han encontrado referencias similares en versos del siglo XVI. Por esto, muchos consideran que los orígenes de la letra datan de esa fecha o bien se inspiraron en tales poemas.
Otra popular explicación de por qué Salamanca es llamada “la blanca”, se relaciona con la piedra de Villamayor, material con que están construidas muchas de sus edificaciones, entre ellas las emblemáticas Catedral Nueva y la Universidad. Denominada, igualmente, piedra franca y oro de Salamanca, debe su nombre al sitio de donde es extraída, en la vecindad salamanquina. Se trata de una dúctil arenisca usada en la arquitectura, la escultórica e, incluso, la decoración interior, que desde la edad media goza de gran aprecio. Sus colores varían desde el blanco, al dorado y el rojizo, en dependencia de la cantera de donde sea sacada. Y al recibir los rayos del sol, dibuja con brillantez los edificios y sus ornamentaciones.
La última referencia que encontré al apelativo de marras, está vinculada con el color asociado a la sabiduría y a la pureza del conocimiento. Bien se sabe que Salamanca alberga una universidad de renombre internacional. La USAL es una de las casas de altos estudios de más prestigio en Europa y el mundo. Fue fundada entre las primeras del Viejo Continente, en el temprano 1218, por el rey Alfonso IX de León. Y es conocida como el Alma Mater del idioma español a nivel mundial. En coordinación con otras prestigiosas organizaciones, como el Instituto Cervantes, desde allí se rige el estudio de la lengua castellana en todos los continentes. Aunque la ciudad en sí es mucho más que la universidad, esta es su corazón. Todo está imbuido por el ambiente de los estudiantes que llegan de las cuatro esquinas de España y del mundo. Eso hace que sus calles empedradas, bares, cafés, restaurantes, plazas, museos, monumentos, teatros, tiendas, siempre cuenten con la presencia de rostros juveniles, alegres y soñadores. En su hermoso poema “Mi Salamanca”, Miguel de Unamuno, una de las figuras históricas e intelectuales más estrechamente enlazadas a la ciudad, expresó: “Oh, Salamanca, entre tus piedras de oro / aprendieron a amar los estudiantes / mientras que los campos que te ciñen daban / jugosos frutos”.
SALAMANCA LA BLANCA (Poema de Lucy Araujo) Soy una mujer con ternuras atrapadas / y las calles de esta ciudad / me levantan como las hojas caídas. / Soy quien llega con sus cantos / y Dios escucha / mientras busco al hombre que amo,/ pero no lo encuentro;/ sólo estás en su lugar, / Salamanca, / eres como los lirios al mediodía, / con la nieve a cuestas, / sueñas como las ninfas / y derramas tu cáliz al atardecer. / Como una ciudad antigua y sabia: / Inerte, subes las coronas / y besas la luna para traerla / a los pies del Tormes, o del Duero, / cual mujer enamorada. // Allí, en el Puente Romano, / al sur de la colina, / encontré a mi hombre, / como yo, él buscaba tu aroma, / pero nos vio a las dos, / haciendo un dibujo con el azul de tus cerros / y el murmullo de las cigüeñas. // Eres el génesis, / eres mármol de blancura extrema, / y estás al lado de Dios. / A veces cuando despierto / siento mis pasos en la Catedral / y luego te escucho decir adiós, / pero sigues siendo la mujer alada, / el silbo apacible, / el tenue sonido del órgano / que entona una melodía: / Salamanca la blanca.
(Con Lucy Araujo -centro-, Ana Díaz y Rafael Vilches, escritores cubanos, en La Gran Vía, Madrid, al regreso de Salamanca, junio-2024)

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