Fui de los niños que antes de aprender a leer daba cañonas para que le leyeran cuentos infantiles, y luego de aprenderlos los repetía como si estuviese leyéndolos, incluso con el libro al revés. Eso no lo recuerdo, repito lo que me contaron una y otra vez a lo largo de la vida. La afición sin dudas la tomé de mi padre, gran autodidacto, a quien debo haber visto leer y escribir desde que abrí los ojos por primera vez, y de quien siempre admiré su cultura, memoria y capacidad para filosofar y hablar de hechos de la historia antigua y universal con la precisión del investigador. De modo que crecí entre libros, periódicos y revistas. En mi casa no había tantos, apenas un pequeño estante de madera, pintado de negro, que todavía existe. Pero era lo que me atraía. Recuerdo a Antolín y Graciela, unos ancianos vecinos de la casa donde viví hasta los 11 años, quienes eran lectores empedernidos y tenían muchos volúmenes. Mi sueño era acceder a su biblioteca y heredarla. Al final no supe el destin...
(PROVERBIOS 4:23)