Jefté: impetuoso, insensato y fiel

Muchos de los héroes de la Biblia son las delicias de los predicadores para presentarlos como anti-héroes. Razones de sobra tienen, pues en algunos sus actos negativos llaman demasiado la atención y son propicios para ilustrar lo que no debemos hacer. Creo que el Señor lo permitió de ese modo para mostrarnos las flaquezas y grandezas que habitan en nosotros los hombres, aún en aquellos con un llamado especial de parte Suya. Podría citar a unos cuantos, como Sansón, en el Antiguo Testamento, y Pedro, en el Nuevo Testamento, quizá los más vilipendiados. Sin embargo, por esta vez quiero detenerme en la figura de Jefté, uno de los 16 jueces levantados por Jehová como líderes de Israel antes del inicio de la monarquía (Los estudiosos difieren un tanto en el número, pero opto por este teniendo en cuenta a Barac, quien lideró junto con Débora; a Elí, quien según 1 Samuel 4:18 juzgó a Israel durante 40 años; y a Samuel, el último, quien además fue sacerdote y profeta, y le correspondió supervisar la transición a la etapa de los reyes). A Jefté la Palabra le dedica un capítulo y medio (Jueces 11:1-12:7) y, además, es recordado en 1 Samuel 12:11, e incluido en el llamado Salón de la fama de la fe de la Epístola a los Hebreos (11:32). Según el Diccionario Bíblico, su nombre significa “él abrirá, libertará”, que teniendo en cuenta la importancia del significado de los nombres en la Biblia, se corresponde exactamente con su papel en la historia israelita. La biografía de este “esforzado y valeroso” es digna de un drama cinematográfico. Hijo de un hombre de familia con una prostituta, lo cual le ganó el rechazo de la sociedad; expulsado del hogar por los medio hermanos, quienes no estaban dispuestos a compartir la herencia con un bastardo; convertido en una especie de forajido, tal vez un Robin Hood que ganó popularidad por sus actos, y a quien se unieron muchos desplazados de las ciudades de Galaad; llamado por sus escarnecedores cuando se vieron en apuros para pelear en contra de los amonitas; guerrero feroz con quien estaba el Espíritu de Dios y, por ende, vencedor. Jefté fue juez por seis años, tiempo durante el cual, además de derrotar y mantener a raya a los invasores, peleó en contra de sus hermanos de Efraín, quienes después de la victoria sobre los hijos de Amón fueron a reclamarle por no invitarlos a la contienda, supuestamente. Mas, la gran polémica alrededor de este varón se centra en el voto que hizo delante de Dios para que lo ayudara a vencer a los enemigos. En Jueces 11:30, 31, dice específicamente: “Y Jefté hizo voto a Jehová, diciendo: Si entregares a los amonitas en mis manos, cualquiera que saliere de las puertas de mi casa a recibirme, cuando regrese victorioso de los amonitas, será de Jehová, y lo ofreceré en holocausto”. Los conocedores de este pasaje sabemos lo que ocurrió luego: la alegría por el triunfo se trastocó en tristeza para el valiente, pues la primera en salir a recibirlo fue su única y amada hija. “Y cuando él la vio, rompió sus vestidos, diciendo: ¡Ay, hija mía! en verdad me has abatido, y tú misma has venido a ser causa de mi dolor; porque le he dado palabra a Jehová, y no podré retractarme” (v. 35). Hacer votos delante de Dios era algo normal para los israelitas. Entre muchos ejemplos podemos citar el de Jacob en Bet-el, quien en su huida de la casa familiar, a causa de la enemistad con su hermano Esaú, prometió adorar solamente a Jehová y darle el diezmo de todas sus riquezas, si el Señor lo guardaba y lo prosperaba en el lugar a donde iba y si lo ayudaba a regresar a la tierra de sus padres (Gen. 28:18-22). También el de Ana, quien oró a Dios prometiéndole su primogénito si le concedía tener descendencia (1 S 1:11). Pero el voto de Jefté se destaca por la ligereza e insensatez con que lo hizo. No he leído ningún estudio acerca de su personalidad a partir de estudios espirituales contemporáneos. Sin embargo, un especialista en Consejería cristiana podría determinar con facilidad las raíces de rechazo que vulneraron la vida del héroe. Las circunstancias de su nacimiento (hijo bastardo con una prostituta), el vivir en medio de una familia que no lo amaba (el relato bíblico no lo especifica, pero debió ser dura su vida con una madrastra que a todas luces no lo aceptó como hijo, y con hermanos que siempre lo vieron como a un extraño), el pertenecer a una sociedad estricta en cuanto a los linajes. Todo ello condicionó su actuar posterior: el irse a las montañas y convertirse en cabecilla de una banda de individuos fuera de la ley (algo similar ocurrió con David cuando huyó de Saúl), su inseguridad y desconfianza cuando fue llamado por los ancianos para que comandara al ejército galaadita, el voto innecesario e insensato que hizo delante de Dios. Esto describe una personalidad valiente, arrojada, atrevida, pero del mismo modo insegura, necesitada de aceptación y de amor. Existen múltiples estudios y conclusiones que tratan de discernir si finalmente Jefté entregó a su hija en holocausto a Jehová, algo que estaba en contra de la Ley, por ende desagradable al Señor, y que lo igualaría a los adoradores de dioses paganos que demandaban sacrificios humanos; o si la dedicó al servicio perpetuo de Dios en el tabernáculo, una práctica de aquellos tiempos que quizá haya sido fuente de inspiración de los monjes, obligándola a conservar su virginidad toda la vida. Personalmente me inclino por lo segundo, el Espíritu no puede estar con quienes transgreden lo establecido por Dios, como afirman los defensores de esta tesis. Y muestra de que nunca lo abandonó fue que después de la derrota de los amonitas, continuó cosechando victorias y mantuvo la autoridad en Galaad hasta su muerte. Para los predicadores de la súper fe, abundantes en estos días, Jefté podría ser algo así como un lactante. A veces la mente humana no está preparada para asimilar que los héroes, aún los bíblicos, también sufren debilidades dada su humana naturaleza. Una revisión de las Escrituras nos haría caer en esa cuenta y, de paso, nos ayudaría a desechar el pensamiento inoculado por la cultura de los súper héroes en la que hemos sido formados. ¿Qué creyente en momentos de grandes decisiones -y de pequeñas- no se ha presentado delante de Dios buscando una confirmación? Incluso, están los que aman imitar a Gedeón, otro de los famosos jueces israelitas, quien se sobrepuso a su baja autoestima poniendo vellones al Señor. ¿Y cuántas veces hacemos votos o promesas al Altísimo recabando Su aprobación y respaldo? Aunque parezca contradictorio, reitero, Jefté fue agradable a Dios con lo que hizo. Su aprobación no se sustentó en la ligereza de sus labios en medio de un momento emocionalmente muy fuerte. Por su boca salieron palabras generadas en el alma y no en el espíritu. Sin embargo, El Que Todo Lo Sabe conocía de antemano su corazón y sabía que la convicción de fe y el temor hacia Él estaban tan arraigados en este varón, que si aún era su propia hija -tal vez la única persona que lo amaba auténticamente- la primera en salir por la puerta de su casa al regresar victorioso, no dudaría en cumplir su voto. Esta historia donde se mezclan la fe y el compromiso con el Señor, con la falta de entendimiento y la ligereza a la hora de hablar, tiene para nosotros varias enseñanzas esenciales. Algunas de estas son: 1) Los escogidos de Dios no necesariamente nacen en cunas de oro ni crecen en familias modelos. 2) Todo lo que vivimos tiene un propósito en el llamado que Dios tiene para nosotros, aún aquellos sucesos que preferiríamos no haber experimentado. 3) No importan las artimañas y trampas del diablo para distraernos y alejarnos del propósito de Dios, el Señor es Todopoderoso para hacer que se cumpla aquello para lo cual nos hizo venir a esta tierra (Los exorcizadores de hoy día podrían objetar que Jefté no estaba listo para ejercer su ministerio hasta que no fuese liberado del espíritu de rechazo). 4) El tiempo de Dios es diferente al tiempo de los hombres, y Él siempre hará que todo ocurra en el momento preciso, sin adelantarse ni atrasarse. 5) No importa la reputación social de la persona, el Señor puede valerse incluso de eso para glorificar Su nombre. 6) Dios conoce nuestros corazones y sabe cuando le somos verdaderamente fieles y estamos dispuestos a cumplir nuestros votos y pactos con Él, a pesar de que ello se traduzca en dolor para nosotros mismos. 7) Cuando prometemos a Dios debemos cumplir, pues Él toma en serio nuestras palabras, y así como cumple Sus promesas, espera que cumplamos las nuestras. 8) Resulta sumamente importante meditar nuestras palabras antes de expresarlas, no podemos dejarnos arrastrar por las emociones o por las circunstancias. 9) !DIOS RECOMPENSA A LOS FIELES!

Comentarios

  1. Dios te bendiga por este escrito. Dios te ha usado para darme a entender algo que no entendía y prepararme para darlo a entender a los demás. Observación: vi que se confundió los números del capítulo del libro de Samuel que cita a Jefté. En vez de 1 Samuel 11:12, sería 1 Samuel 12:11.
    Saludos

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  2. Muchas gracias! Ya corregí la cita de 1 S 12:11. Bendiciones!

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