Yes, I Am Free

Muchas páginas se han escrito sobre la libertad. Muchas palabras han sido lanzadas al aire acerca de este tema, quizá el más polémico y preocupante desde el nacimiento del hombre. Mucha sangre se ha derramado por ella a lo largo de los milenios. Pero seguimos afanados, sin importarnos el precio de su conquista.
Una breve búsqueda en Internet arroja miles de citas de los más diversos autores y personalidades que no pudieron sustraerse de opinar o conceptuar el escurridizo término. Las constituciones de los países, desde siglos anteriores, la incluyeron como uno de sus tópicos principales.
La Declaración de Derechos de Virginia, datada en el siglo XVIII, plantea “Que todos los hombres son por naturaleza igualmente libres e independientes, y tienen ciertos derechos inherentes, de los cuales, cuando entran en un estado de sociedad, no pueden ser privados o postergados; expresamente, el gozo de la vida y la libertad, junto a los medios para adquirir y poseer propiedades, y la búsqueda y obtención de la felicidad y la seguridad”.
También de finales del Siglo de las Luces es la Declaración del Hombre y del Ciudadano, donde dice: “La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no perjudique a otro: por eso, el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el goce de estos mismos derechos. Tales límites solo pueden ser determinados por la ley”.
Y con menos de una centuria, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, especifica en su Articulo I: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Especialmente genial fue Miguel de Cervantes y Saavedra cuando puso en boca de Quijote la siguiente expresión: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los Cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.
Como si se dirigieran a los dictadores de moda desde hace medio siglo y a los que cobran fuerzas por tierras americanas y orientales, Gandhi y Claudio Sánchez Albornoz (filósofo español) expresaron: “La causa de la libertad se convierte en una burla si el precio a pagar es la destrucción de quienes deberían disfrutarla”, y “La libertad y la democracia no consisten en aplastar al adversario”.
El historiador cubano radicado en Miami, Joaquín Estrada, publicó en su blog ‘Gaspar, El Lugareño’, el texto “Canto final del poeta”, de Francisco Riverón Hernández (1917-1975), donde aparecen los siguientes versos: “¿Qué mundo puede hacerse/ quitando a la libertad su título/ de propiedad privada?//La libertad es algo/ que nadie puede dar a nadie,/ porque no se trata/ del pan que a uno sobra,/ sino del aire que a todos pertenece”. Y un muy romántico concepto, cuyo autor desconozco, dice: “La libertad es un pájaro que voló”.
Pero ni estos ni la multitud de frases y escritos que pululan en la vasta memoria de la humanidad, se igualan a lo dicho por Jesucristo, quien en medio de un intercambio con judíos que habían creído en Él, aseguró: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (S. Juan 8:32). Más adelante, en el mismo diálogo, expuso: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (36).
De esta definición, que no se detiene en lo meramente físico, sino que tiene una explicita connotación espiritual, por ende más profunda y ligada a la esencia humana, se desprende una interrogante: ¿Qué es la verdad?; cuya respuesta igual fue dada por Jesús de Nazaret: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Jn. 14:6), dijo Cristo a Su discípulo Tomás, quien asimismo hubo de escucharle decir: “Nadie viene al Padre, sino por mí”.
Sencillas, inequívocas y rotundas, las palabras del Señor contienen una revelación que no podemos obviar: la auténtica libertad es la del espíritu. De las prisiones físicas podemos evadirnos o salir de la mano de otros hombres, pero de las espirituales solo tenemos una escapatoria: Cristo Jesús. Y entiéndase por cárceles espirituales, todo aquello que nos mantiene ligados a prácticas denigrantes de nuestra humanidad.
Existen innumerables ejemplos de personas que han conocido esa libertad espiritual. Por cientos pueden contarse los libros que se han escrito y aun seguirán escribiéndose con testimonios de individuos que han experimentado el rompimiento de dichas ataduras. Pero siempre me emociono con el relato sobre Esteban, el primer mártir de la iglesia primitiva, quien poseía tal libertad de espíritu que al ser apedreado por predicar las buenas nuevas acerca de Cristo, justo antes de morir, “puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7:60). Se refería a sus linchadores.

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